Tengo un pecado nuevo que no debo estrenar contigo

Nuestros abuelos y bisabuelos (y tátara… y choznos, etc.) vivían en un mundo en el que el tiempo transcurría muy lentamente. Por ello, los cambios sociales se iban preparando paulatinamente, se producía en la generación siguiente cuando la gente ya estaba avisada de que algo se venía y lo iba adoptando de a poco. Pero llegó el siglo XX, cambalache, y todo se disparó. Es cierto que el siglo anterior venía avisando que se producirían modificaciones sociales pero, aquí en la periferia, nosotros los vimos sentados en la tribuna del mundo. Esas cosas les pasaban “a ellos”, gente muy distinta a nosotros.
Se produjeron dos guerras y ya no fue tan fácil quedarse sentado mirando. Una inmigración que escapaba de aquel infierno fue llegando a nuestras tierras y el relato de aquellos dramas nos metió en medio de la turbulencia del mundo. Paralelamente, el tiempo fue tomando una velocidad mayor. En los cincuenta y los sesenta comenzamos a bailar al compás de una música que nos parecía un poco loca (al lado de la que llegó después eran canciones de cuna).
Comenzando los ochenta sentimos que nos metían con patas y todo en medio de la debacle financiera mundial. Un cowboy se subió al caballo de la Casa Blanca, sacó su Colt 38 y comenzó a disparar por el mundo (claro, después vino otro tejano y disparó con calibres superiores, pero es otra historia). Finalmente, llegamos a los noventa, meta pizza y champaña, vedettes en la Casa Rosada, valijas con no se sabe qué (o mejor es no saberlo) entraban y salían de esa casa y del país. Hasta que las tablas de multiplicar saltaron por los aires y resultó que 1 x 1 no era 1, sino tres o cuatro, o… qué se yo.
Por suerte, ahora estamos en el siglo XXI y todo eso quedó atrás. Hemos entrado en otro mundo, llegó la hora de “cumplir con los deberes”, porque el siglo de los derechos ya fue superado, según dijo el nuevo jefe. No hay dudas de que el asesoramiento del ex-ingeniero dio sus frutos. Pero sospecho que la prédica de este apóstol de “los deberes” no se circunscribe al ámbito interno, ya se convirtió en asesor internacional, cono resonancias inesperadas. Vean de qué me enteré.
Días atrás el Diario La Stampa de Milán comenta una novedad vaticana. Ya el título de la noticia me dejó perplejo: Benedicto XVI convierte en pecado los adelantamientos con el coche. Y comenta: “La Iglesia católica pone nuevas trabas para que sus feligreses alcancen el paraíso. Hoy ya no se trata del preservativo ni del aborto, aún en caso de que ponga en peligro la vida de uno de los dos o de ambos. Esta vez hace uso de su capacidad como agente civilizador y se encarga de la educación vial. Adelantarse con el coche se convierte en pecado. Nada indican si poniendo o no en riesgo las condiciones de seguridad de los demás automóviles. Los vehículos, amonesta la Santa Sede, «más que servir a un uso prudente y ético para la convivencia o la solidaridad y al servicio de los demás», son habitualmente un instrumento de «abuso»”.
Qué se puede agregar. Está todo dicho.

One comment to “Tengo un pecado nuevo que no debo estrenar contigo”
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  1. Buenos días Ricardo. Primero que nada me causó mucha gracia el titulo del artículo, le dió el toque irónico necesario para esta «noticia» irrelevante. Sin embargo, usted, de pasada, tocó el tema del aborto (tema complicado si los hay) y me preguntaba si éste lugar (éste espacio personal suyo) sería el adecuado para tocar este tema o lo consideraría un «desvío» del tema original.
    Si el espacio está abierto a las opiniones y debates «libres», avise que presento mi opinión. Aparte…me interesa saber qué piensa usted del tema en cuestión.
    desde ya, muchísimas gracias.
    Tino.

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