¿De qué modelo se habla? III

Creo que hay diversos modos de enfrentar negadoramente la realidad socio-política que van desde el más profundo desprecio a todo lo que sucede a nuestro alrededor hasta el rechazo rebelde a todo lo que nos dicen de esa realidad. En todo ese espectro de actitudes hay razones que justifican a quien adopta cualquiera de ellas. Es comprensible el cansancio, el desgaste, la saturación, que se percibe en un público atosigado de superficialidades, de tilinguerías rayanas con el mundo de la farándula para hablar de tal o cual candidato. Hay un discurso imperante que se alimenta de la más baja chismografía, amparado en que cualquier cosa que se diga pasará al poco tiempo al olvido. La más grave denuncia infundada luce como la llama de un fósforo que se apagará indefectiblemente poco tiempo después y casi nadie recordará lo que se dijo. Por ello cumple con su propósito: lastimar y retirarse
Este cansancio me hace sospechar sobre sus causas. Me digo: ¿es muy loco pensar que todo ello tiene como objetivo ir separando a la gente de los temas serios de la política confundiendo todo “como en la vidriera de los cambalaches”? ¿No se lograría, de este modo, que los temas importantes se decidan en los escritorios de las multinacionales mientras se entretiene a la gente con las declaraciones de “Susana”? Si es el cansancio el resultado de todo ello deberíamos quedarnos admirados por la eficacia de tal tipo de maniobra, sin que ello impida nuestra indignación por tan perversos procedimientos. Aunque nos encontraríamos con una respuesta cínica: es política, es decir es una lucha de intereses, y allí prevalecen las leyes del mercado: si es negocio ¿por qué no hacerlo?
Entonces, para no dejarnos arrastrar por ese escepticismo que hoy adquiere talante de postura inteligente, recurro a Fidel Munnigh – filósofo y profesor en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, quien nos ayuda a pensar: «El hombre que piensa, juzga el mundo y la creación entera. Sueña y afirma, pero también duda y niega. El hombre que actúa, crea o destruye, acepta o rechaza el mundo que le ha tocado en suerte. O uno acepta sumiso el orden del mundo y sus leyes o se rebela contra él. No hay posturas intermedias. Camus dice que la rebelión es el movimiento mismo de la vida. Como ella, no se argumenta ni se razona: es instintiva y espontánea. No hay que buscarle razones, pues surge de un sentimiento natural y no de un razonamiento lógico. Se es rebelde y punto, por vocación, por indignación, por ruptura con el mundo. Desde el momento mismo en que admito encontrar causas que la legitimen, mi rebeldía pierde fuerza vital: se racionaliza. Deja de ser un movimiento voluntario, un acto puro de la voluntad, para convertirse en rebelión razonada».
Se abre una gama de posibilidades acerca de cómo interpretar lo que dice. Pero, yo me quedo con la idea de que la rebeldía gobernada por la razón nos coloca en una posición de privilegio frente a la realidad. En principio ni la rechazamos ni la aceptamos mansamente, la sometemos al fino tamiz del análisis hurgando en todos los intersticios que esa realidad no siempre nos muestra en la superficie. Estando avisado de que la realidad que los medios nos ofrecen oculta mucho más de lo que muestra. Para ejemplificar esto viene a cuento lo que dice Alfredo Zaiat de muchos economistas: «En cualquier otro ámbito serían los hazmerreír de la mayoría, burlados por su escasa rigurosidad y finalmente abandonados por ofrecer escenarios futuros sólo en base a sus deseos. Esa debilidad expuesta en más de una ocasión posee un contrapeso que compensa la carencia de seriedad en sus análisis. Se trata del apoyo del poder financiero, con su brazo mediático dispuesto a amplificar y construir realidades, moldeando el sentido común económico, que termina atrapando también a cierta heterodoxia y a no pocos integrantes del progresismo testimonial».
La rebeldía razonada no debe dejar de lado el fuego cruzado de datos e informaciones a que somos sometidos cuando nos acercamos al análisis de la realidad nuestra, sobre todo en tiempos pre-electorales. Ese fuego, muchas veces no más que salvas y balas de fogueo, pretende confundirnos. Pero nuestra rebeldía debe ser obstinada y constante en busca de alguna verdad.

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