El poder de los laboratorios medicinales II

Quiero seguir contando lo que la Dra. Forcades i Vila denuncia en su trabajo. Un año después de lo relatado en la nota anterior, apareció un artículo en una revista especializada (JAMA) titulado Disfunción sexual en EE.UU.: prevalencia y variables predictivas. En él se afirmaba con seriedad científica que un 43% de la población femenina sufría la “nueva enfermedad” que se definía de acuerdo a lo que ya he mencionado antes: «Los pasos seguidos para identificar a la “población enferma” fueron los siguientes: 1) se elaboró una lista de siete “problemas” considerados cada uno de ellos de suficiente peso como para justificar el diagnóstico de la nueva enfermedad si una mujer los había presentado durante dos o más meses en el último año; 2) se pasó el cuestionario a una muestra de 1.500 mujeres; 3) se evaluaron los resultados de forma que responder “Sí” a uno solo de los ítems se consideró criterio suficiente para identificar la enfermedad».
Queda claro que la manipulación de las respuestas que conseguía la encuesta demostraría, precisamente, lo que se estaba buscando (¡las encuestas, las encuestas…!). Comenta nuestra autora que de este modo todas las mujeres que no habían sentido el deseo sexual durante dos meses o más, cualquiera fuera la causa de ello quedaban encuadradas dentro de la definición de la enfermedad. «Independientemente de si estaban de luto por la muerte de un ser querido, preocupadas por falta o por exceso de trabajo, atrapadas en una relación insatisfactoria o gozando de una etapa de plenitud interior», todas ellas eran consideradas enfermas afirma. Y agrega «Dos de los tres autores del citado artículo tenían vínculos económicos con laboratorios farmacéuticos».
Sigue: «El mismo año, 1999, tuvo lugar un tercer encuentro sobre el tema organizado por la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston, pero promovido y financiado por 16 compañías farmacéuticas. El 50% de los asistentes admitieron tener intereses en la industria farmacéutica. Del encuentro surgió el Forum para la Función Sexual Femenina, que celebró dos conferencias más en los años 2000 y 2001 en Boston gracias a la financiación de 20 compañías lideradas por Pfizer».
En el 2003 todas estas maniobras fueron denunciadas por Ray Moynihan en «una de las revistas médicas de mayor prestigio, el British Medical Journal. Los editores de la revista recibieron 70 respuestas con relación a ese artículo y las 2/3 de las respuestas fueron en apoyo de Moynihan» que recogían la indignación de los médicos ante esas maniobras comerciales. «En diciembre de 2004, la agencia reguladora de los medicamentos en EE.UU. impidió que se comercializara el primer medicamento destinado a sanar la “disfunción sexual femenina”… Los responsables de los estudios clínicos –todos financiados y supervisados por Proctor y Gamble [laboratorios]- habían presentado sus resultados de forma sesgada, de modo que lo que eran unos beneficios dudosos y unos más probables efectos secundarios peligrosos [cáncer de pecho y enfermedad cardiaca] se anunciaban como beneficios claros».
Concluye en esta parte la doctora: «La disfunción sexual femenina (como cualquier otra enfermedad) tiene que ser estudiada en función de los intereses médicos de las mujeres afectadas y no en función de los intereses económicos…». Yo comenté con algunos médicos esto y me contestaron que no era novedad, que cualquier profesional con años de práctica había ya visto muchas cosas como estas. Por ello cierro con estas palabras de la Dra. Forcades i Vila: «Si los médicos no colaborásemos con los abusos de las compañías farmacéuticas, esos abusos no acontecerían». Pero la connivencia de cierto sector de la profesión médica con las prácticas comerciales de los laboratorios internacionales, que no distinguen el manejo de mercancías en general con el que se aplica a los medicamentos reduce a estos al nivel de una mercancía como cualquier otra cuya función en el mercado es producir ganancias, sin más.

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