Mirando al mundo XXXIII – Política y marketing columna Nº 82 – 16-11-16  

El hecho político de estos meses de fin de año es, sin ninguna duda, el triunfo en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos del candidato Donald Trump. Fenómeno que aparece como una gran sorpresa calificación que debe ser matizada un poco, para salirnos del escenario montado por los medios internacionales. Esto debe ser extensivo a los nacionales que funcionan como un espejo. De allí la sensación, que está presente en estos medios, de catástrofe que tomó desprevenida a la gran mayoría de la población del mundo. Parto de la afirmación que no podemos ignorar que esa sensación ha sido trabajada prolijamente por la prensa internacional.

Voy a comenzar a poner paños fríos sobre la conciencia occidental, para ello trataré de bosquejar un diagnóstico de la situación socio-política del gran país del norte, puesto que el resultado no fue, en primer lugar, tan sorpresivo, salvo para quienes o no pudieron ver, o no supieron ver, y, segundo, se ignoró el proceso que se venía acumulando en las últimas décadas en aquel país. Un poco de historia.

Los Estados Unidos habían comenzado un giro político hacia la derecha conservadora a partir del gobierno de Ronald Reagan (1981-1989) siguiendo los pasos de la primera ministra del Reino Unido Margaret Thatcher (1979-1990).  Con ese eje que cruzaba el Atlántico bajo el nombre de la Revolución Conservadora, se fue creando un “sentido común”, acompañado por el consenso de los “políticos y economistas serios», a lo que se agregaba el coro de los “académicos serios”.

 Este consenso quedó plasmado en un documento en el que se institucionalizaba el clima ideológico hegemónico. En grado ya de verdad revelada, se lanzó el TINA (There is no alternative –en español «No hay alternativa o No hay elección posible»), pronunciado por la ministra británica. El derrumbe de la Unión Soviética (1989/91) exacerbó ese exitismo. El Consenso de Washington (1989) fue propuesto por el  economista John Williamson (1937):

«Su objetivo era describir un conjunto de diez fórmulas relativamente específicas que constituía el paquete de reformas “estándar” para los países en crisis. Firmado por una gran mayoría de países  pasaron a quedar bajo la vigilancia del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial (BM) y del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos».

La Organización Mundial del Comercio (OMC), fundada el 1995 quedó encargada de garantizar la aplicación de ese plan:

1.- limitación rigurosa del poder del Estado nacional para intervenir en la economía, salvo la Unión Europea que estaría reguladas por Bruselas;

2.- el elemento clave para el óptimo mecanismo de asignación de inversiones le correspondió a los mercados financieros;

3.- sólo quedaba fuera de ese control la industria militar.

Todo ello pasó a conformar una especie de “sentido común” que evitaba e impedía entrar en “polémicas absurdas” dada la claridad e irrefutabilidad de verdades que se imponían por su propio peso.

Como un aporte al diagnóstico de los Estados Unidos, resultado de la aplicación de esa política, el diario La Jornada, editado por la Universidad Autónoma de México informa:

En Estados Unidos cerca de 37 millones de personas, 12.6 por ciento del conjunto de la población, están considerados como pobres, y según cifras oficiales de los centros de estadística 46,6 millones viven sin ningún tipo de seguro médico. Registra las tasas de pobreza infantil más elevadas, por encima del 20 por ciento. El déficit fiscal estadounidense reapareció en el primer gobierno de George W. Bush, por dos razones: 1.- el aumento del gasto bélico, que pasó de 371 a 735 mil millones entre 2000 y 2008, y, 2.- las reducciones de impuestos a los más adinerados. Pero mucho más lo aumentaron los dos planes de rescate, el de Bush y el de Obama, por 700 y 900 mil millones de dólares, respectivamente, para salvar las quiebras de los bancos y las empresas en problemas. El desempleo supera un nivel muy alto para un país con baja protección social, y unas 200.000 familias por mes pierden sus viviendas, a causa de sus hipotecas impagas. Los  continuos  déficits se acumularon y aumentaron la deuda pública, que superó el máximo autorizado por el Congreso, 14,3 billones de dólares, equivalente al producto bruto estadounidense

El prestigioso blog http: www.sinpermiso.info publica una nota de Gregory Elich miembro de la Junta Directiva del Jasenovac Research Institute ─ una organización de derechos humanos ─ que lleva por título La desigual batalla en EEUU: una implacable guerra de clases desde arriba, en la que se puede leer:

Uno nunca puede tener demasiado dinero. En los EE.UU., el uno por ciento de la población recauda casi un cuarto del ingreso nacional y goza de un 40 por ciento de la riqueza. Para esa clase, el problema es que con eso no basta. Para los trabajadores comunes, la recesión sólo trajo dificultades económicas. Sin embargo, para las corporaciones norteamericanas, significó otra cosa: una oportunidad. Para ellas, fue la oportunidad de moldear de forma permanente la economía en algo que se aproxima al modelo del tercer mundo: una enorme riqueza y privilegios para los más ricos y desempleo, caída de los salarios y servicios sociales inadecuados o inexistentes para el resto de la sociedad.

reo que este diagnóstico dice bastante de los electores de los Estados Unidos que se presentaron a votar y habla de por qué votaron como lo hicieron. Un buen relato respecto de este tema puede verse en el documental de Noam Chomsky:

https://www.youtube.com/watch?v=8RL8qJdfAXU

 

 

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