Mirando al mundo XXVIII – Política y marketing – Columna Nº 77 -12-10-16

Hemos llegado a un punto en el que hemos podido acercarnos a comprender ese triste y terrible recorrido histórico que convirtió los endeudamientos con la banca internacional en un flagelo para muchos países. Es interesante tomar nota de una de las tantas paradojas de la historia: la misma banca internacional, que arrastró a los países de la periferia al endeudamiento, hoy somete con esos mismos instrumentos financieros a una parte importante de los países europeos. Podríamos apelar a la antigua sabiduría: «Quien a hierro mata a hierro muere».

Sin embargo, parece ser una ley del capitalismo salvaje. Cuando globalizó sus prácticas financieras no se detuvo en contemplaciones con ningún país. Allí donde era posible maximizar ganancias extraordinarias “no golpeaba la puerta, entraba no más”. Tal vez la expresión más feroz del capitalismo salvaje corresponde a los que han sido denominados fondos buitres, cuyas garras también fueron clavadas sobre nuestra Argentina.

Esto nos está exigiendo que revisemos la historia de nuestras deudas contraídas, historia que comienza en las primeras décadas del siglo XIX, momento en que se negocia un empréstito con la banca británica Baring Brothers en 1824. En esa época el imperio británico comienza a desarrollar una política de penetración en los territorios que se estaban desprendiendo del Reino de España. Uno de sus modos de penetración fue otorgar financiamiento para facilitar su independencia.

George Canning (1770-1827), Presidente de la Cámara de los Comunes consideró de gran  interés para Gran Bretaña beneficiarse del comercio internacional con los nuevos Estados de América Latina. Escribía al respecto en 1824:

«La cosa está hecha; el clavo está puesto (…) la América Española ya está libre; y si sabemos dirigir bien nuestros negocios, será británica».

En 1825 se firmó en Buenos Aires el «Tratado de Amistad, Comercio y Navegación» entre las Provincias Unidas del Río de la Plata y Gran Bretaña. Por este tratado se reconoció la independencia a un país de Sudamérica. Por ese acuerdo, de comercio y amistad recíprocos, se otorgaron beneficios a los comerciantes ingleses que hacían buenos negocios en la región. Es necesario saber que esa deuda no fue requerida por las Provincias Unidas, sino impuesta por la potencia extranjera. Fue la forma mediante la cual el gobierno británico nos sometió económica y financieramente. Lo que no habían conseguido por las armas en las invasiones de 1806 lo lograban por la vía del endeudamiento.

El historiador Norberto Galasso realizó una exhaustiva investigación que publicó en su libro Historia de la deuda externa argentina, de la banca Baring al FMI (Ediciones Colihue SRL, 2002). Sus análisis de los procesos de endeudamiento externo lo llevaron a la siguiente conclusión:

La deuda fue –y es– un instrumento de dominación, verificable desde el primer empréstito con la banca inglesa hasta los acuerdos con el FMI. La deuda da derechos al acreedor para imponer condiciones, como enseña que en el caso argentino existe un drama adicional: en muchos casos la deuda no tiene contrapartida, porque el país toma préstamos, pero no se capitaliza sino que utiliza los fondos para enriquecer a una clase social, incluso mediante guerras o represión, financiadas con esos mismos créditos. La prueba está en que el dinero de argentinos en el exterior es hoy casi tanto como lo que debe el Estado (2004).

Este acuerdo con la Baring fue un escándalo. El primer negociador de la deuda fue José Manuel García (1784-1848), ministro de Hacienda de Martín Rodríguez, gobernador de Buenos Aires de 1821 a 1824. Los otros ministros eran Bernardino Rivadavia (1780-1845) y Francisco Fernández de la Cruz (1779–1835). Lo que no puede dejar de asombrarnos es que los enviados a Inglaterra, para la negociación del empréstito, fueran dos comerciantes ingleses: Guillermo y Juan Parish Roberston.

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