El mito del mercado libre VII

Nos encontramos con una aseveración imperante que coloca, casi sin diferencias evidentes, Razón y Ciencia como vocablos análogos [comparación o relación entre conceptos basados en la existencia de semejanzas entre estos, aplicando a cada uno de ellos una relación o una propiedad que está claramente establecida en el otro]. Esto no fue siempre así. Por lo tanto tenemos que descubrir cuál mecanismo cultural produjo ese resultado en los últimos siglos.
Por tal motivo reclamo una mayor atención y detenimiento −y también paciencia−. Es de suponer que el lector entrenado en este tipo de lecturas se pueda sentir incómodo por cierto infantilismo que aparecería en este planteo: hablar, ser redundante, sobre lo ya sabido. Para encontrar los fundamentos de lo que estoy comenzando a indagar deberemos retroceder un poco en la historia y revisar el proceso que estableció lo afirmado respecto de la Razón, equivalente a Ciencia, como un supuesto (sub-puesto: es lo se pone por debajo y sostiene) que no merece ser revisado dado que se ha convertido en algo de sentido común (recordar lo dicho en la nota V).
Lo que estoy proponiendo, y he allí su mayor dificultad, es cuestionar, una vez más, el sentido común establecido. Dificultad mayor puesto que en este caso se trata de criticar la utilización absolutizadora, casi excluyente, que monopoliza un modo de la Razón, la científica, desconociendo un uso más abarcador del vocablo. Revisemos la historia: la impactante revolución científica que generaron dos grandes personalidades de la ciencia, como Galileo Galilei (1564-1642) e Isaac Newton (1642-1727), abrió un camino que resignificó el concepto de ciencia. A partir de allí la utilización de las matemáticas se convirtió en la condición indispensable para que un conocimiento sea aceptado como científico. De allí en más hubo diferentes clasificaciones de ciencia, pero en su mayoría separaron lo que se ha denominado ciencias duras o ciencias naturales del resto de lo que pueda ser aceptado como otro tipo de ciencia: las ciencias sociales.
[Para una lectura más detallada sobre el tema sugiero mi trabajo: El marco cultural del pensamiento político moderno publicado en la página https://ricardovicentelopez.com.ar/?page_id=2]
Además, tuvo otro tipo de consecuencias. Esa forma tan restrictiva de definir la ciencia desplazó una vieja y muy rica herencia de la tradición greco-latina y de la tradición judeocristiana, cuya sabiduría fue colocada en un margen que se lo denominó, en un principio, las humanidades y que se mantuvieron en un estatus indefinido de conocimientos, rayano en lo subjetivo, claramente opuesto a la supuesta objetividad dominante.
Los siglos XVI y XVII europeos sintetizaron las viejas herencias culturales dando lugar a una revisión crítica que conocemos: la cultural ilustrada – respecto de la cual es necesario decir algunas cosas−. La Razón científica reconoció otro modo paralelo a ella que se la denominó así, la Razón ilustrada. Ésta ha dividido el campo del pensamiento; el del iluminismo sostenido por la Razón y el de los prejuicios medievales más cercanos a la Iglesia y aferrados al pasado. Esta división arbitraria –pero exitosa− ha sido la causa de un anticlericalismo, confundido con un anticatolicismo, que dio lugar al menosprecio de las tradiciones humanistas que más aportes realizaron a la construcción de la Modernidad. Wikipedia nos informa:

La Ilustración fue un movimiento cultural e intelectual europeo que se desarrolló desde fines del siglo XVII hasta el inicio de la Revolución francesa. Fue denominado así por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la razón. El siglo XVIII es conocido, por este motivo, como el Siglo de las Luces. Los pensadores de la Ilustración sostenían que la razón humana podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía para construir un mundo mejor. La Ilustración tuvo una gran influencia en aspectos económicos, políticos y sociales de la época.

Esos siglos fueron el escenario de luchas por el poder que enfrentaron a las burguesías en ascenso con la nobleza y la jerarquía eclesiástica. Las batallas ideológicas se centraron, en gran parte, en destronar el dominio de la Iglesia contraponiéndole el ejercicio de la Razón Ilustrada para la emancipación del hombre. Las relaciones políticas y económicas de la Iglesia con las clases dominantes modificaron formas y estilos para adecuarse a los nuevos tiempos. El triunfo de la burguesía – Revolución francesa de 1789− y su capacidad política para construir una sociedad más libre llevó a esta clase a entablar nuevas relaciones con la Iglesia. La iglesia feudal y monárquica se transformó en una iglesia burguesa.

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