20 – Capitalismo y corrupción – Los marginales de la ley

Ricardo Vicente López – 17-6-15

La Revolución francesa del siglo XVIII prometió un mundo nuevo: el derrocamiento de la monarquía absoluta se llevaba consigo la arbitrariedad como sistema y abría un camino. En este nuevo mundo la ley y la justicia garantizarían la equidad y la libertad de todos los ciudadanos. Sin embargo, paralelamente a estos procesos que debían institucionalizar esa democracia, en Inglaterra se producía la Revolución industrial que potenciaba la capacidad productiva: nacía un modelo económico que pregonaba la libre competencia. El siglo XIX tropezó con la dificultad: se habían puesto en marcha dos regímenes contradictorios entre sí: la igualdad y la libertad no podían convivir. A mayor libertad la competencia daba lugar al triunfo de los más aptos y la desigualdad era su lógica consecuencia.
Ese conflicto fue analizado por el Doctor Lester Thurow (1938), Profesor de Economía Política y Decano de la Escuela de Administración de Empresas del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). En su libro El futuro del capitalismo (1996), planteaba el problema en estos términos:

La democracia y el capitalismo tienen diferentes puntos de vista acerca de la distribución adecuada del poder. La primera aboga por una distribución absolutamente igual del poder político, “un hombre, un voto”, mientras el capitalismo sostiene que es el derecho de los económicamente competentes expulsar a los incompetentes del   ámbito comercial y dejarlos librados a la extinción económica.

Tal vez pueda sorprender la dureza de la definición, pero en su síntesis deja desnudo un sistema que ocultó esta contradicción mucho tiempo. Fue necesario que un académico de sus quilates expusiera con esa claridad el tema como condición para superar una crisis que él anunciaba como inevitable, hace casi veinte años. Lo que nos debe interesar para el problema en el que estamos inmersos, y que merece la mayor profundidad de análisis para no caer en nuevos engaños, es comprender que la prometida igualdad ante la ley estaba  sometida por la ley del dinero que dispusiera el infractor. La sabiduría del gaucho Martín Fierro nos advertía: «La ley es tela de araña /–en mi inorancia lo esplico–. / No la tema el hombre rico; / nunca la tema el que mande; / pues la ruempe el bicho grande y sólo enrieda a los chicos».
El mundo de la información se vio estremecido por la denuncia Fiscal General de Estados Unidos, Loretta Lynch, cuando denuncio que «el Departamento de Justicia estadounidense está «decidido a acabar con la corrupción en el mundo del fútbol». El periodista Walter Goobar publica en el semanario Miradas al sur un artículo que tituló: Sobornos en la FIFA – Un negocio redondo para los patrocinantes. Nos propone una mirada desde otro ángulo:

Los gigantes del petróleo, las farmacéuticas, el complejo militar-industrial y todo el entramado de bancos, fondos de inversión que forman la cara visible del capital especulativo, mantienen relaciones estrechas con los gobiernos para aceitar –por medio de coimas–, la máquina de lucro. El menú de opciones abarca el uso de todas las medidas, incluidos los sobornos, la intimidación y hasta las amenazas de guerras para captar nuevos mercados a precios rentables. Significa arriesgarse con todo tipo de actividad ilegal –desde el lavado de dinero de drogas ilícitas en los bancos, hasta la provisión de armas– para mantener las ganancias. Eso es el capitalismo.

La pregunta que se hace y nos hace es: «¿Por qué debería sorprendernos que una megacorporación como la FIFA pueda hacer lo mismo?» Si, como varias veces ha sido denunciado, el fútbol convertido en un espectáculo internacional debía someterse, necesariamente dentro del mercado mundial, a las leyes salvajes y depredatorias del mayor lucro posible. Estas leyes, como sostiene Goobar, no corresponde a las de la tan mentada Justicia Suprema que debería ser la imperante. Las millonarias cifras que aparece en juego tiene una prepotencia que arrasan con toda legislación que no parece deba ser respetada por los magnates. ¡Tiene razón Martín Fierro!
Por lo tanto, y esto es lo aberrante, lo que sorprende es la novedad que introduce la Doctora Loretta Lynch desde el trono del Departamento de Justicia estadounidense. A ella deberíamos preguntarle ¿por qué a la FIFA no se le permite comportarse con las mismas reglas de las multinacionales, si esa organización es una de ellas?:

En Estados Unidos hay bandas mucho más peligrosas que la FIFA: están los enormes bancos transnacionales cuyas especulaciones exacerbaron el colapso financiero de 2008, y cuyos ejecutivos se han ganado el nuevo término de “banksters” [neologismo construido con las palabras banqueros y gánster]. Las compañías farmacéuticas que utilizan artimañas para extender sus patentes. Fabricantes de armas que emplean a generales retirados para torcer brazos. O los Departamentos de Policía que de costa a costa arrestan, matan y persiguen a las comunidades negras basados en el racismo.

Lo más sorprendente es que los acusados son los sobornados no quienes aportaron el dinero. Por tal razón continúa su razonamiento:

En el caso de las copas latinoamericanas es evidente que la plata para los sobornos provino de los bolsillos de los sponsors, que en su mayoría son transnacionales de origen estadounidense. Mientras la japonesa Sony y la Aerolínea de los Emiratos ya se han retirado de la lista de auspiciantes, Adidas, Nike, Visa, Coca-Cola, McDonald’s, Budweisser y Hyundai/Kia actúan como si nada hubiera pasado. Desde luego, el aspecto primordial es el dinero. Sin las grandes cantidades que los patrocinadores invierten, simplemente la FIFA no existiría como la conocemos y tampoco veríamos presupuestos multimillonarios para la organización de los campeonatos mundiales, aseguran los especialistas.

Cuando se entra en el listado de las cifras, por todo concepto, que han producido los mundiales causan estupor leerlas. Se habla de miles de millones de dólares. ¡Qué atrás quedó Discepolín cuando decía que: «No hay ninguna verdad que se resista frente a dos pesos moneda nacional»!

En definitiva, se trata de elegir entre la ética y los negocios. Por eso, de momento, colosos como Coca-Cola o Adidas, apenas van más allá de reclamar “mayor transparencia” y mostrar su “preocupación”. “Inquietos”, se dicen en McDonald’s. “Extremadamente preocupados” elevan (un peldaño) la alarma desde Hyundai. Entre todos los sponsors de larga duración (Emirates Airlines, Adidas, Coca-Cola, Hyundai, Sony y Visa) dejaron en las arcas de la FIFA, sólo en 2014, 177 millones de dólares, ampliamente por encima de los 150 millones que a lo largo de dos décadas se llevaron los nueve directivos corruptos que ahora están detenidos.

Queda otra pregunta: ¿Los bancos que intervinieron en esas transacciones no tiene ninguna culpa, no cometieron ningún delito?

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